jueves, 28 de enero de 2021

 El perro que nació desde la modificación genética, tiene puesto el más efectivo de los bozales. Sus ansias de un desquite inapropiado e inentendible para la devolución de un cariño callejero: le sobrepasa y sobrepesa el pensamiento. El sentimiento que le nace es furia. La necesidad de atacar es inminente. Entonces lo hace. Ejecuta sin aviso el golpe que tumba al cuerpo. El hocico apretado y encarcelado, lucha con ferocidad para abrir la mandíbula. A lo lejos, a las cuadras, a los alrededores y desde algunos balcones, los aullidos de otros perros se mezclan y confunden con los alaridos de las personas que observan y algunas, en manifiesta alegría interna, apuestan. 

La baba chorrea espesa y gruñida. El cuerpo tendido boca abajo está inerte de miedo. Los brazos lastimados derraman sangre y los moretones empiezan a evidenciarse.  El hocico emula la perforación en la espalda. La cabeza se arquea e intenta morder. Hay una constante pantomima a la mordida que no llega pero está latente. Todo es un horror. La vereda ya está largando la sangre hacia la boca de tormenta. De repente hay llantos y asomos curiosos. Hay miedo. El que se llama dueño de tal criatura dice que no pasa nada. Ya se le va a pasar. Mientras tanto las patas terminan de desnudar al cuerpo y lo lastima con festejo. El movimiento es el mismo al que hace de manera constante en su rutina al cagar. Raspar y raspar hasta lograr un pozo. Un agujero. Así, el desbocado animal sigue en su rutina de desafío.


Mientras el cuerpo se desangra, duele, se lastima, el ojo reventado arde y los policías apuntan con armas y nadie dispara por miedo a herirme pienso en cómo relatar esta anécdota; porque la verdad, lo que más me preocupaba y preocupa es que aún no se cuál artículo es el correcto para  nombrar  a la palabra que es el sitio a donde me dirigía. 

Diagonal.