jueves, 23 de mayo de 2019
aplaudieron mirando de refilòn
la carcasa de tus palabras desvaneciéndose
tàcticas
estrategias
huir sin pensar
la transpiración del recital,
de la caminata por techos de autos.
de las risas tapadas con manos pegoteadas de extrañar
y las eses mal usadas.
¿Te acordàs cuando Victoria se llamaba Abril y no Mil?
un G-13 activado automàtico,
entonces, nos deslizamos.
miércoles, 15 de mayo de 2019
miércoles, 8 de mayo de 2019
Cuando tuve las llaves de tu casa fui desesperada con entusiasmo y angustia. Decidì caminar. Era un jueves de chubascos y arcoiris pasajeros. Neblina anticipada. Un cielo rosado con arañazos violeta. Aire tibio que hacìa sudar y que el pelo se pegara en la nuca.
Tropecé algunas veces, resbalè en otras y pisè baldosas flojas en varias oportunidades.
Sonreía por algún reflejo que jamás sabré de dónde surgìa. Quería llorar. No respiraba. Recuerdo que fui zozobra por un largo tiempo.
Cuando llegué algunos muebles estaban fuera de lugar. El mismo espacio. Sin nosotros. Pero algunos imanes de la heladera del delivery favorito seguìan ahì; el nùmero remarcado con fibròn indeleble. Verde. Aunque no me gustara era el color que no se borraba. Al tiempo ya estàbamos acostumbrados. Vos tanto no. ¿Què impulso obedeciste para que siguiera ahì?
Cuando descansè del hormigueo corporal fui hasta el cuarto de atràs y busquè entre tus artificialidades algo para preparar la vuelta. Ropa sucia o usada por ùnica vez, toda ovillada para que la perra duerma. No fuiste vos. Me lo dije y lo supe. Pero no extendí el detalle, al fin y al cabo era yo la que estaba. Despuès de todo sòlo fui confianza. No supe reaccionar a la emociòn. La juntè, revisè los bolsillos, la di vuelta y separè por colores. Ropa demasiado monòtona. Al lavarropas. Toda junta. Una vez, al menos, debìa romper con estructuras heredadas.
Cuando sonò el telèfono me asustè. Sentì que era una especie de intrusa. ¿Què hacìa ahì? Por reacciòn natural abracè mi panza y quedè nula. Notè que los vidrios estaban todos marcados por huellas. Mirè mi palma y mirè el vidrio. Delirè. El piso donde alguna vez caminè ahora era una textura desconocida. Vidrio que no herìa.
Cuando supe que no estaba soñando puse manos a la obra y pasè a la habitación. La ventana a medio abrir era ridìcula. Se podìa ver la maleza oxigenando paredes de concreto. Una especie de corral mental al oler el talco preferido para tus pies que sudaban màs que cualquier otra parte del cuerpo. Me gustaba lamerlo. Tendì la cama. Ajustè las sàbanas para que no se salgan. Dejè frazadas al alcance de mis manos. Por si, tal vez, quisieras que me quedara a curarte. Barrì las migas y no supe què eras en esos dìas para que la comida sea parte de tu lugar tan impecable. Limpiè las paredes con lavandina. Pulcritud.
Cuando todo se acomodò en las cèlulas y en las partes metàlicas, y escuchè el relato mientras extendìa mi mano devolviendo las llaves, respirè el gusto del cenicero manchado de ficciones estiradas. Fue verte en la oscuridad. Quejàndote de la ceniza. Del calor. De mis berrinches y negativas. Echándome. Y ahora volvìa para esperarte sin pensarlo. Dudando cuántas manìas conservabas.
Cuando me despertaron tenìa la boca abierta y estoy segura que estaba roncando y que estaba en un sitio de alguien que desconocìa. Sabìa que tenìa ilusiones en espera. Que un abrazo quizàs no nos harìa nada. Una media sonrisa, a lo mejor, sin palabras. Una fruta de estaciòn a compartir, con desgano, mientras te darìa un espacio de ubicaciòn. Anècdotas tan desvirtuadas ya, que la ùnica opciòn posible serìa la de creernos ficciones en un tiempo donde todos los demàs eran reales. Unos hologramas palpables.
Incompatibles siempre, por circunstancias externas. Propias. Del universo. Y cualquier frase vacìa emotiva. Nos darìa tranquilidad tenernos. Apañarnos. Cada cual en su ànimo.
Pero no volviste màs. Ya no tenìa que esperarte.
A las tres de la tarde, me dijeron mientras sacaban tu llave de un llavero horrible, era tu funeral.
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