Después de nadar en las sonoridades de la emoción
y de dormir sin tiempos en los brazos de la espera.
Después de las confesiones absurdas que se convirtieron
en anécdotas, y de los vuelos salivados que hacían cosquillas.
Después de que bailamos en los bosques repletos de
laberintos y que me mostraste a no tener miedo a la oscuridad, porque
en ella construístes calesitas de fantasías donde el vértigo
hacía que me sujetara más a tus manos deformes.
Después de todo lo mágico, sospecho, que la bicicleta
te perdió en algún laberinto circunstancial para hacerme
llorar sin cansancio y para que el insomio me convierta, de manera
tan cruel
en un desperdicio de sueños.
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