jueves, 13 de diciembre de 2012

Trato de entender.

María José Daffunchio

Con la capa desenganchada del lado izquierdo el dolor aparecía aspirando las luces de los pasillos marmolados de ternura. Era el llanto que caía sobre los libros el que causaba la demencia, pero la mirada, anillada como Saturno, sin dudas la culpable de esperar la visita que no llamaba a tiempo.

Siempre recurrente el paisaje para complementarse con la angustia de los muñequitos vudú, tan sádicos esperando más y más maltratos y agujas en el cuerpo. Esa misma sensación que sentía la jirafa espiona cuando intuía que te levantabas del piso para irte a construir nubes de maderas.
Tus manos se derretían junto al ascenso de las mariposas ciegas hacia ese cielo que reventaba de música; quizás la lengua no podía explicar la melódica ansiedad del destino marcado, atravesado por el ánimo de jugar a las rayuela infinitas donde los besos vergonzosos se escondían en el silencio de la inseguridad.
¿En qué parte del invierno se atoró el miedo? ¿Cuándo fue el momento en que el libro ayudó a dormir y te reemplazó? Y la pesadilla confirma extasiada: ¡Cuántas palabras se tiraron a descansar en tus piernas mientras el viaje se posterga!
Por donde se mire el recuerdo sin memoria, el olor a viento sigue siendo constante, porque las ausencias de certezas resultan que se fueron a nadar al asfalto destruído. Y la bicicleta anda paseandera con otras incertidumbres, sin ganas de estacionarse como lo indica su destino; no le importa pincharse ni que se le mueva el asiento, porque sabe que con su altanería rompe la alegría y la coherencia del cerebro que la piensa entre noches con sol y días sin sentidos.
¿Y por qué no está el arco iris de caracoles? ¿Dónde se ocultó la hipocresía de la actitud humillante que deja varada a la alegría debajo de la cama? No se entiende el silencio repentino, pausado y planificado con sorna de tu parte.

Por suerte el árbol algo entiende y trata de mover el piso con sus raíces poderosas de amor genuino, pero se sabe que de nada sirve. Tu ignorancia mediocre no sabe de poesías, ni de begonias, ni de visitas comprensivas.

Dejá, ni te molestes, porque mientras el infanticidio se encapriche en seguir limpiando la biblioteca, el dolor de la demencia será incrédula, y no habrá destino en dicha que valga.

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