María José Daffunchio |
Con la capa desenganchada del lado
izquierdo el dolor aparecía aspirando las luces de los pasillos
marmolados de ternura. Era el llanto que caía sobre los libros el
que causaba la demencia, pero la mirada, anillada como Saturno, sin
dudas la culpable de esperar la visita que no llamaba a tiempo.
Siempre recurrente el paisaje para
complementarse con la angustia de los muñequitos vudú, tan sádicos
esperando más y más maltratos y agujas en el cuerpo. Esa misma
sensación que sentía la jirafa espiona cuando intuía que te
levantabas del piso para irte a construir nubes de maderas.
Tus manos se derretían junto al
ascenso de las mariposas ciegas hacia ese cielo que reventaba de
música; quizás la lengua no podía explicar la melódica ansiedad
del destino marcado, atravesado por el ánimo de jugar a las rayuela
infinitas donde los besos vergonzosos se escondían en el silencio
de la inseguridad.
¿En qué parte del invierno se atoró
el miedo? ¿Cuándo fue el momento en que el libro ayudó a dormir y
te reemplazó? Y la pesadilla confirma extasiada: ¡Cuántas palabras
se tiraron a descansar en tus piernas mientras el viaje se posterga!
Por donde se mire el recuerdo sin
memoria, el olor a viento sigue siendo constante, porque las
ausencias de certezas resultan que se fueron a nadar al asfalto
destruído. Y la bicicleta anda paseandera con otras incertidumbres,
sin ganas de estacionarse como lo indica su destino; no le importa
pincharse ni que se le mueva el asiento, porque sabe que con su
altanería rompe la alegría y la coherencia del cerebro que la
piensa entre noches con sol y días sin sentidos.
¿Y por qué no está el arco iris de
caracoles? ¿Dónde se ocultó la hipocresía de la actitud
humillante que deja varada a la alegría debajo de la cama? No se
entiende el silencio repentino, pausado y planificado con sorna de tu
parte.
Por suerte el árbol algo entiende y
trata de mover el piso con sus raíces poderosas de amor genuino,
pero se sabe que de nada sirve. Tu ignorancia mediocre no sabe de
poesías, ni de begonias, ni de visitas comprensivas.
Dejá, ni te molestes, porque mientras
el infanticidio se encapriche en seguir limpiando la biblioteca, el
dolor de la demencia será incrédula, y no habrá destino en dicha
que valga.
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