jueves, 4 de septiembre de 2014

El no abrazo.


Comprender los silencios que se esconden (o usan un antifaz) para poder estar presente sin que los molesten, porque la saturación de los pensamientos eclosionaron con la noche irrealista; esa misma noche que se transformó en constante pasajera depresiva en las autopistas de las neuronas.
Saltear orgullos, mirares interiores que no se aceptan, no usar el maquillaje social y ausentarse al ritmo de las acuarelas que se aguan cada vez con más frecuencia involuntaria  para poder llegar hasta el suspiro que desprende el ojo cansado.
Sentir los latidos de los colores antes de que se vuelvan grises y negros deseados, enamoradizos y antojadizos de reacciones asimétricas del espanto.
Alargar la meditación ante el desorden de las señaléticas que muestran las mentiras de las que se intenta escapar y que dejamos reproducir para aliviarnos.
Respirar verano tibio o un otoño revuelto de sensaciones simples, cósmicas y planetarias...hasta que la destrucción del pestañeo nos arropa en calendarios, formularios, trabajos y rutinas que achatan los deseos y nos vuelven prisioneras de ideales que se evaporan debido al alrededor conformista del cual estamos imposibilitadas a adaptarnos.
Correr del miedo, escupir el karma de los otros, aplastar los fundamentalismos, romper los reflejos de todos los espejos -incluyendo los humanos-  para terminar de no salvarse.
Y por todo eso debemos guardar palabras y coleccionar tarareos de los collages arrugados y escuchar las desapariciones de los diagnósticos; pero siempre, siempre, moverse bruta,brusca y espasmódica de  amar esa compañía eterna de pinceles y de dormir abrazando libros.

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