Marìa Josè Daffunchio |
Arrestó a su visión
porque se había dado cuenta que siempre vio lo que ella jamás había
querido sentir. Y no estaba mal que eso le hubiese pasado; de esa
manera, con tantos años de vida, dimensionó lo que era la ceguera.
No experimentó
ningún tipo de libertad, ni de alegrías, ni de sonrisas. Ni
siquiera había experimentado un llanto doloroso por algún motivo.
Que lloró: sí. Que le sirvió de algo: no.
Porque la rabia
mental que la invadió cuando comprendió que su realidad había
sido abandonada por un tercero hace tiempo, sin su consentimiento,
anheló con doble urgencia lograr algún sentimiento, un quiebre de
algo, un evento que marque esos famosos antes y después.
Y aunque estaba en
infracción con su cuerpo por haberlo entregado a ese hombre,
abandonó el terror que siempre solicitaba ante cualquier
eventualidad, sin importarle lo raro que todo eso parecía.
Tosió. Tosió y le
dolió la garganta, y las costillas, y la cabeza, y casi le dolió
sentir amor. Se miró ciega y vio la inflamación. Se dio cuenta que
por primera vez experimentó las cosas malas, y se dio cuenta también, que toda
su vida estaba rodeada de maldad.
Sin ningún gesto,
los pliegues de la cara asomaron. Calmada reaccionó que siempre tuvo
la piel arrugada. Por la tristeza o por la rutina de ser dócil. No
se decidía. Tampoco se culpaba.
“Vos siempre
llevás el drama en el pecho” se dijo sin emoción alguna. Le
gustaba. Eso era placer. No pensaba que era contradictorio o algo de
eso. Pensó fuerte, y le regaló un viaje en parapente al
sufrimiento.
Abrió la ventana,
le molestó la oscuridad de la madrugada. No obstante se acarició el
contorno de sus ojos, después los apretó y disfrutó de los colores
grisáceos que aparecían cuando la presión era cada vez más sobre
ellos.
“Tenés los ojos
como el helado crema del cielo” le había dicho, entre otras cosas
que siempre le habían molestado, pero como una vez tuvo la
revelación que poseía el don de torturarse, decidió que esas
frases horribles serían perfectas. Lo que pasó es que esas
palabrejas no se repitieron más. Fueron golpes.
Y ella, como un
escudo, viciaba seguido con la imaginación.
Siguió apretando
sus ojos y se miró en el espejo. Tenía un halo de cosquilleo. Con
esa última imagen fantasmal,volvió a la cama.
Se acomodó y
reaccionó que al menos el tipo no roncaba. De todas formas estaba
decidida a recuperar sus años de juventud; esa época que no se
había conocido y quería experimentar.
Escudriñó el
cuerpo, ahora veía en la oscuridad; se imaginó ser una gata
sigilosa, y por primera vez se ilusionó con vivir. Casi dudó, pero
lo único que le debía a ese hombre era el miedo a todo.
Entonces le clavó
la cuchilla en la sien.
Festejó.
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