miércoles, 8 de junio de 2016

Bàrbara

Marìa Josè Daffunchio
Arrestó a su visión porque se había dado cuenta que siempre vio lo que ella jamás había querido sentir. Y no estaba mal que eso le hubiese pasado; de esa manera, con tantos años de vida, dimensionó lo que era la ceguera.
No experimentó ningún tipo de libertad, ni de alegrías, ni de sonrisas. Ni siquiera había experimentado un llanto doloroso por algún motivo. Que lloró: sí. Que le sirvió de algo: no.
Porque la rabia mental que la invadió cuando comprendió que su realidad había sido abandonada por un tercero hace tiempo, sin su consentimiento, anheló con doble urgencia lograr algún sentimiento, un quiebre de algo, un evento que marque esos famosos antes y después.
Y aunque estaba en infracción con su cuerpo por haberlo entregado a ese hombre, abandonó el terror que siempre solicitaba ante cualquier eventualidad, sin importarle lo raro que todo eso parecía.
Tosió. Tosió y le dolió la garganta, y las costillas, y la cabeza, y casi le dolió sentir amor. Se miró ciega y vio la inflamación. Se dio cuenta que por primera vez experimentó las cosas malas, y se dio cuenta también, que toda su vida estaba rodeada de maldad.
Sin ningún gesto, los pliegues de la cara asomaron. Calmada reaccionó que siempre tuvo la piel arrugada. Por la tristeza o por la rutina de ser dócil. No se decidía. Tampoco se culpaba.
“Vos siempre llevás el drama en el pecho” se dijo sin emoción alguna. Le gustaba. Eso era placer. No pensaba que era contradictorio o algo de eso. Pensó fuerte, y le regaló un viaje en parapente al sufrimiento.
Abrió la ventana, le molestó la oscuridad de la madrugada. No obstante se acarició el contorno de sus ojos, después los apretó y disfrutó de los colores grisáceos que aparecían cuando la presión era cada vez más sobre ellos.
“Tenés los ojos como el helado crema del cielo” le había dicho, entre otras cosas que siempre le habían molestado, pero como una vez tuvo la revelación que poseía el don de torturarse, decidió que esas frases horribles serían perfectas. Lo que pasó es que esas palabrejas no se repitieron más. Fueron golpes.
Y ella, como un escudo, viciaba seguido con la imaginación.
Siguió apretando sus ojos y se miró en el espejo. Tenía un halo de cosquilleo. Con esa última imagen fantasmal,volvió a la cama.
Se acomodó y reaccionó que al menos el tipo no roncaba. De todas formas estaba decidida a recuperar sus años de juventud; esa época que no se había conocido y quería experimentar.
Escudriñó el cuerpo, ahora veía en la oscuridad; se imaginó ser una gata sigilosa, y por primera vez se ilusionó con vivir. Casi dudó, pero lo único que le debía a ese hombre era el miedo a todo.

Entonces le clavó la cuchilla en la sien.
Festejó.


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