jueves, 27 de octubre de 2016

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Hundiò de manera suave los dedos en el dulce de membrillo; tenìa y querìa confirmar ante esos invitados que la consistencia con el dulce de batata era diferente. .
Nadie dio opiniòn alguna. Miraban. Arqueban las cejas. Hacìan gestos contagiosos de no entender nada.
Cuando los dedos azucarados salieron todos pegoteados se los pasò por el pelo y despuès empezò a tocar todas las ropas de los asistentes: trajes baratos, camisas de mala calidad, nylon en un ochenta por ciento y quizàs el otro veinte sea algodòn, zapatitos con suela de plàstico, medias impares: "ropita de feria" "herencia de hermanas y hermanos mayores" "ropa de mamà" "un mal regalo de papà que daba vergüenza cambiar" "un regalo del viaje que hicieron  abuelos" "ropa espantosa que creen queda bien".

Estampas desproporcionadas, costuras en diagonal, hilos colgando, sisas ajustadas. Todos vestìan  al màximo la dècada que querìan representar, como podìan.

No hay onda. Pensò que nadie usaba eso en su cotidiano. ¿Habìa alguien real?
Nadie corre a comprar la cerveza artesanal como algo natural,  pero ahì la tomaban con expresiones de expertos, adosando comentarios sobre la calidad....y blasblasblaasss

Escuchò la tìpica frase  que obliga a mantener un diàlogo  "tranqui, 120". Risas.
Siguen las risas. Muchas risitas. Risotadas.
Silencio.

Flota un recuerdo, que como todo lo que flota està perdido o podrido.

Hay algunas gentes en comùn. Pero se empieza a sentir incòmoda. La droguita ya va perdiendo el efecto genial. Se ve con su ropita prestada y zapatillas rotas. Se analiza: tiene los dedos metidos en la comida que todos querìan comer. No se acuerda a què vino la  demostraciòn. Pensò que estaba disimulando la limpieza de sus dedos. Le tocò las ropas a todos. Se fue a la vereda y le pareciò que ese simulacro de diagonal era algo desconocido. Una calle no frecuentada.

Tomò vino. Se comiò lo que quedaba de papitas. Y volviò a entrar.

Conocìa a muchos. Pero dudaba si los estaba confundiendo. Y a los que conocìa los evitaba dando vueltas en los pasillos. No querìa hablar con nadie. Le molestaba la frivolidad, el falso interès, las anècdotas exageradas ¿què necesidad de hablar a los gritos? ¿Quièn viene a socializar en un lugar tan artificial?  Necesitaba saber si alguien  tenìa frìo. Miraba los cuerpos. Querìa cerrar la puerta. Pero reflexionò que esa acciòn iba a ser motivo para que alguien le haga la preguntonta "¿tenès frìo?"
No querìa responder.
No querìa hablarle a nadie.

Tratò de pensar por què seguìan invitàndola a esos lugares. ¿De quièn era era amiga?

Al final, pensò tantas cosas que terminò
dormida en el sillòn. A la vista de todos.


Escuchò cositas de su vida: metidas de patas, contestaciones absurdas, los chistes con finales olvidados.
El bardo sin querer. Las muecas.

Alguien la tapò, ella sintiò la caricia de la rejilla en la cabeza que le sacaba el pegote del azùcar y el cuerpo que le acomodaban sobre almohadones.
Y no lo importò.
Porque todos ahì lo sabìan, por primera o terceras personas, y decidieron ser còmplices en silencio.


Ella  tenìa la misiòn de soñarte.  



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