miércoles, 3 de mayo de 2017

paranormal

Mientras subía por primera vez la escalera sabía que quería volver. Era una sensación similar a la primera vez que lo había visto ingresando al pogo con entusiasmo; entonces pensó en esa canción, en la letra, en las energías perdidas y en las miradas que no habían sido correspondidas.
Desde un costado lo mirò sabiendo que también, como ese día, era de noche y el calor invitaba a despojarse de las malas caras e intentar decir algo que al otro le cause gracia. Pero con morbo, humor agudo, de análisis, una carrera de orgullos y dudas , reflexionò. Su ubicación no variò, quizás por cábala (o por causalidad o fatalismo)  decidió el reojo compulsivo y los gestos de amor que se volvían cómplices con las personas de su alrededor. Y los cachetes colorados de ansiedad por abrazarlo o porque se termine el mundo en ese mismo instante, no eran para nada disimulables. Tampoco lo contrario.
Pero algo llegó y entonces ella se fue.
Mientras bajaba la escalera, sabía que cuando hiciera realidad el deseo de volver, ya la tristeza iba a manejar las emociones, lo intuía. Contó en su cabeza los escalones: impar: volvía, par: volvía. No importaba el cómo ni la condición. Se prometió que el abrazo de ese chico/pibe  era merecido y vos que lastimabas, eras un olvido pendiente.
Y cuando obtuvo ese abrazo caluroso ya habían pasado entre ellos: cuatro recitales, dos marchas, casi cuatro cenas, dos casas, un sùper libro y un carnaval.
Fue lo mejor que tuvo.
Lo mejor.

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