mientras el viento se convierte en mùsica funeraria.
las olas orbitan en temperaturas eternas
y largan penas vomitando cuerpos roídos.
la tormenta rasguña capas terrestres y clava Sol, agua,
nubes fosforescentes y colores que no tienen nacimiento
ni caducidad. estàn- aparecen en el peor momento.
el patio es la tumba de los olores que se escondieron en la
esquina donde el sudor boxea decisiones.
nacen plantas.
germinan altares.
no hay nada para llorarle a la novedad.
hinchados de trocitos de palabras derretidas y
condimentadas con olvidos y tules, mordemos tiempo.
y asì,
en el silencio esculpido por sombras,
escuchamos cómo se queja la Luna
de estar aguada, desenfocada para el resto del universo.
se queja de su panza llena. hinchada. y entonces empieza a achicarse retorciendo su cuerpo.
miramos a la Luna, vanidosa y mala,
clavándole la mirada,
como entes,
entre los discursos empedrados,
y el olor a nafta en las ropas.
asì, siendo fuego destructivo e incendio
de un brebaje floral,
en el insomnio indescriptible y tormentoso,
captamos los alaridos
de aquéllos naùfragos cósmicos
que repiten nuestros nombres.
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