porque tu cabeza brillante
decía palabras de laberintos místicos en donde
podía oler, en el silencio
de la madrugada, el ácido de los
brazos de las sábanas que invitaban
a tirarse en ellas; y sin sudor no valía.
porque aunque no quería tu belleza
interior me imantaba; eras la continuación
de esos finales abiertos o a veces sin sentido
de mis libros preferidos como amantes.
eras, en el mareo dulzón de las flores ilegales,
la perfección en la carne, en el beso desmayado.
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