Todo
porque la insatisfacción de no encajar en los parámetros de las hadas
padrinas la hacían sentir pozo de todos los sapos, trataba mal, muy
mal a las reproducciones de sonrisas sin gestos. Nada dulce era. De no
acabar la rabieta de sus histeriqueos musicales. Insoportable cada vez
que ensayaba la modulación de los abrazos. ¡Ni describir cuando
acariciaba!: Llagas, ampollas, quemaduras de todos los grados,
inscripciones labiales, y demás pasos, te dejaba en la espalda
viborita, en la cintura desalineada, en las neuronas fritas que un amor
se desayunó y en los talones suaves a base de lavandina y lavandina.
Todo
porque el reflejo la mostraba varonil en su pose más seductora de alga
marina. No era dueña de ningún movimiento rítmico. Ni de una simple
coordinación de músculos tensos que ni siquiera fingía tener. Le
faltaba el toque de la varita que las haditas no le entregaban.
Revolvió en las almas (aunque descreía que ellas existieran) tratando
de mirar despedidas. Y nada. Seguía sin encajar en las noches finitas
de sentimientos rodantes.
Todo
porque cuando soñaba no lograba volar en alfombras o imaginar cielos.
Las estrellas le estornudaban en plena cara corriéndole el maquillaje
tosco. Las nubes se evaporaban no dejando ver sus formas transgénicas
por la carga de lluvia ácida. Y ni pensar en las ofertas desconocidas
que no llegaban y tampoco se sabe si las esperaba, porque todo para
ella era insuficiente, caótico, delicioso, sádico tierno, al instante
que se iba asentándose en la mesa revolucionaria ajedrecista del parque
y despedazándose como las llegadas in-esperadas.
Retraída
a penas eternas. Esquizofrénica a una realidad que no se molestaba en
mostrársele. Delirando con palabritas ancianas, pasadas de moda. Todo
la hacía infeliz.
Y eso le pasaba -creo- porque aceptaba la rutina de obedecer a esas bocas que blablablablablablabla…
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