Pero seguía cometiendo torpezas anunciadas. Empezaba a construirse en
un Otro que marcharía ni bien se aburriera de la rutina: el buen día
gesticuloso, el beso lento igual al de la vez primera, el abrazo
complaciente, la mirada silenciosa y los dedos impacientes por llegar a
la extensión de ese cuerpo vibrante, escurridizo, que se dejaba
alcanzar por lástima.
Ya no se sabía qué era lo importante o lo
primordial del Otro para poder sostener, en la efemeridad de la
realidad soñada, las ilusiones forzadas.
Y quedó triste, mirando
la flor brillar a contraluz de la ventana, como si fuese un presagio
del olvido venidero. Por desgracia el sol estaba radiante. Fue el
motivo para acostarse y perderse en un pelotón de palabras, las ramas
cerebrales no podían pensar excusas para la ausencia de la visita tan
ansiada.
Creo que al final se durmió, sin antes escupir y maldecir a la flor. El único objeto que la traía al presente en ruinas.
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