(Ilustración: M.José Daffunchio)
Con los ojos oscuros de rebeldía desafiabas a los poderes
terrenales que se embadurnaban de
repulsiva omnipotencia hacia tus carnes.
Eras libres, bella naturaleza;
eras furiosa mujercita defendiendo tus tierras de aquellos que pretendían
engañarte; eras pícara cuando con las espigas del maíz hacías cosquillas al
chiquillo que tanto te gustaba. Ahora esos suspiros son un recuerdo, unos túneles desconectados entre sí llevando al
abismo del terror que, en vez de desembarcar en la choza desprolija
caíste lastimándote las rodillas en el altar de la capilla.
El alud inesperado se llevó la
aldea, tus cacharros pintados, tu brazalete para casarte, tus ilusiones
de....¿de adolescente?...acaso ¿las categorías caben en ti niña sin tiempo? Y ahora unos pocos están encerrados en la
casa del Señor, esclavizados de dogmas, de discursos obsoletos, de hipocresía.
El hombre que te azota te
maldice, su pecho de metal le da
autoridad, su cuerpo es blanco como la leche pero sus intenciones son sombrías
como los espíritus que te perseguirían por ser mujer rebelde a tus
patriarcas.
Cada azote te repele, te hace
sentir lo desdichada que hicieron de tu vida. Cada palabra de la boca de ese
hombre es un improperio. Cada rayo de sol que se filtra a través de la estatua
de una mujer te acalora el vientre que cuelga del banco de madera. La mujer
llora también. Está triste. Tiene un velo sobre su pelo exquisito.
Quedas absorta en ella….ella que
es delicada de piel. La mujer que baja la mirada ante el súper hombre, la que
siente dolor, la que llora lágrimas como las tuyas, la que sufre, la que ve
morir a su hijo.
Terminada la sesión
correspondiente a la quita de tus tierras, tus bienes, tus adornos y todo lo que te pertenecía, decidís
caminar y observar de cerca a la
estatua que bañada de sol parece santa.
Cerquita te das cuenta que finge el dolor, no tiene azotes ni sangre. Le
escupís la cara. Le hablás en tu lengua.
Entonces te tironean de los
pelos. Te tiran al piso empedrado. Sin reparar que tus compañeros estén mirando montan el espectáculo que a todas
les esperaría por cualquier motivo de enojo.
Te abofetearon por irrespetuosa, te cortaron el rostro por profana y a
punta de espadas te abrieron las piernas y te violaron… te destrozaron el alma,
eso que ellos piensan que no tenías por impura, por negra desdentada, por andar
con las tetas al aire, por sonreír constantemente, por tus rituales alrededor
del fuego, por tus invocaciones a la felicidad.
Pero fue principalmente por
envidia, por el sadismo de lastimar, por la estupidez de ser macho violento
feroz que domina la situación. Porque vos, mujer sin tiempo eras libre y no les
obedecía.
Y aunque ellos ataron tus manos y se creían dueños y amos del y de
tu mundo, no pudieron amordazar tus
labios morenos, esos labios que hoy nos dejaron tradiciones de lucha.
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