Las pesadillas que se incendian en el traspaso
de tus besos y en los abrazos dubitativos se
vuelven ásperas de alegrías. Una incontinencia
de ausencias, un silbido de angustia, una nada
perpetua en llantos y la desgracia de contar el
tiempo que pasa con excusas premeditadas y
consoladoras ¿para qué apareciste?
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