jueves, 1 de agosto de 2013

Lástima.

Saltamos atrapados en la rutina de hervir
el agua para el té. Esperamos que la delicadeza
se asome sin preámbulos de arruinarse por una
incertidumbre sin destino aparente.
Quizás silenciar a las pretensiones de despertarnos
varados en la nada nos arroje una realidad triste;
sangraremos lo necesario para escupirnos abrazos
cuando rocemos el pensamiento en común que agoniza
por el orgullo lastimero.
Ya no hay caricias que no nos lastimen,
ni besos que nos envenene,
ni miradas que nos hagan sonreír,
ni palabras que nos puedan convencer que estamos bien,
ni silencios que nos torturen.

Ya no estamos. Ni siquiera fuimos.

Porque me perdí en la antesala de creerte.

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