Se espesa la paciencia que se sirve, en platos hondos, con el cucharón de
recuerdos asfixiados de olores pequeños y sonrientes.
Las alas que habían nacido del unicornio fueron pegadas al
feto del discurso que habías preparado para revolcarmelo en los
gajos de mandarina a medio comer.
No te sirvió de nada.
-pero dicen que la nada es todo-
entonces pienso. y se me oxida el andar.
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