Aplastadas las pestañas por las pesadillas recurrentes de las hojas
bailarinas, es que el cuerpo se cansa, abrigado por distancia, de tener que
estirar los olores de los ladridos.
La pesadez de las acciones, la tibieza de la monotonía y el dolor
de los dedos congelados. Ilusiones, magia, trucos sin sentidos y estafas
premeditadas al dibujo apocalíptico.
No te extraño oruga. Sólo te envidio porque aún no salgo del capullo.
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