Que las manos rueden mientras la
cabeza ceniza ría forzosa a la sombra
del espejismo creado por el vapor de la bañera,
esa tarde mañana cuando el desayuno se aligeró
en palabras tostadas.
Si las ramas vanidosas de los arboles elegantes
no se hubieran cortado las uñas, a lo mejor podrían
rascar la tierra de los ojos anonadados por
pestañear purpurina multicolor.
Paseo en bicicleta, siempre, siempre es mágico.
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