Entonces comenzó la relatorìa que ella ya sabìa de memoria. Pero le encantaba ver còmo los instructivos para romperse las tripas iban avanzando sin ninguna modificaciòn con respecto a las actitudes anteriores. Pero esta vez, los pasos de manual, vinieron en otro envase. Una etiqueta diferente, incluso pensò que la misma podrìa ganarse el secreto del neòn con su atracciòn sìmil obscena, que hace delirar las actitudes.
Pero no.
Resultò ser tan pasivo, tan falto de diàlogo, tan nada para iniciar un derrape, que ella llorò un poquito y despuès se alegrò, por saber que, como tantas veces, su caràcter determinista la deprimìa y asì podìa analizar todo desde otra perspectiva. Aunque se engañe al decir que no te necesita.
El envase es tu cuerpo. Un otro, que no llega a ser Otro. Lo Otro que pudo tener fue tu Biblioteca. Aunque la misma, por màs hermosa que fuera, tenìa rastros de otra presencia que detectò. Por eso, el libro que guardaba una nota, te lo destruyò. Lo asò al horno, lo revolviò en un guiso y tambièn lo untò en pan.
No lo comiò.
Lo puso en la bolsa del alimento del gato.
Su còmplice.
Cuestiòn_
Empezò como cualquier otro comienzo, pero en un escenario no habitual para ella. Ella detesta los corsos, los cables en el piso, las risas falsas de esas juntadas obligadas sòlo por la situaciòn del dìa que quema y aburre; detesta tambièn los carnavales, porque el agua, las bombitas o bombuchas, la espuma, todas esas artimañas (inclusive el papel picado) cuando lo ve venir hacia su cuerpo, piensa en la violencia y en el atrevimiento en el que un desconocido se lanza trasladado en el formato que se disfraza bajo el ròtulo de diversiòn.
A ella no le hace gracia. No le divierte. Pero fue, porque querìa estrenar su corte de pelo.
Y escuchar algùn chiste o tonterìa que vos siempre decìas.
Pero como tantas otras veces, la ceguera anunciada, màs el aburrimiento propio de la inacción, lograron que ella se invente una falsa actitud, despojándose de la vergüenza y la humillaciòn. Entonces hizo lo de siempre sin que vos lo notaras o le dieras importancia o lo que sea que se llame eso de no darle notoriedad a alguien. Una màs. Una otra. Una amiga de amiga. Una conocida de una amiga. Una nada. Un nombre.
Te vio, se acomodò en el lugar de siempre, te mirò, hizo gestos a sus amigas simulando babear a tu espalda, se acercò un poco màs , no dijo nada y sòlo dejò que otra comience la charla.
Hola, a secas, un poco sonriendo, un poco con agua, un poco con desidia y otro poco màs con ganas de comentar que todos los que estaban ahì, una gran mayorìa, eran conocidos con los que no tenìa ganas de interactuar. Y que ellos la miraban, le escribìan, intentaban el contacto visual que ella se lo daba pero no por eso les entregaba un saludo.
Eras un privilegiado, querìa decirte. Porque ella no quiere màs amigos. Pero a vos sì. Pero no de amigo. Lo que pasa que ese ego no existe, sòlo se lo inventò en su estòmago. Porque querìa vomitar ante la presencia casi de amor que vos dabas sin saberlo.
Y entonces, siguiendo con esos tips de manual, tan bàsicos pero imposibles de desprenderse, comenzò el diàlogo; y el mismo comenzò a arrastrarse casi a la misma velocidad, que esa agua carnavalera estaba arrastrando la mierda de los pozos de baños de la cuadra.
Y despuès dejò de pensar. Despuès pensò demasiado.
Despuès analizò. Y analizò hasta lo que no le correspondìa, y ante lo que no tenìas respuestas sòlidas y sinceras para decirle. O sì, pero los miedos de ella decìan que no.
Entonces, el domingo que el cartel no se encendiò, lo tomò como una señal que ya no la necesitabas y que no era necesaria, que ya tenìa suplente y que la superaba en todo.
Y quizàs el mensaje era que ella debìa irse a arrastrarse con toda la mierda esa que trajo el carnaval y no hasta la puerta de tu casa como hizo.
El silencio de setenta y dos horas con veinticuatro minutos y casi cincuenta y cuatro segundos significaba el abandono que vos querìas ser.
Ni siquiera cabe decir, una lavada de manos, porque el espanto y el horror del maltrato para ir y venir como si nada con actitudes que eran puñaladas frenèticas en la garganta,ella ya sabìa que era lo habitual con esa presencia que andaba en la Biblioteca.
Se lo habìan advertido.
Despuès del despojo dialogado, naciò el cuasi arrepentimiento, porque màs temprano que tarde, llegaron las nuevas canciones y las entradas para compartir de las que ya no querìas ser parte.
Entonces ella tuvo un suicidio neuronal.
Otro màs.
Pero este, a diferencia de los otros,
tiene un nombre propio
y
fue el primero que tuvo por amor.
Vos le supiste entregar el sabor de la muerte.
Y supongo que eso, ya lo sabès.
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