Cuando me hablaste querìa darte una cachetada de besos. Cuando me hablaste mirándome y asintiendo en cada palabra pronunciada afirmando saber què es lo que me gustaba o gustarìa hacer en ese momento, sentì la necesidad de pedirte un encendedor y quemarte los pelos. O darte màs besos. En verdad pensaba en pedirte algùn libro. Una rifada de emociones a cambio de un azar caprichoso. Querìa decirte que ya se todo y màs de lo que hubiese querido enterarme.Pero no puedo hacerme cargo de tu pasado para justificar tu desdèn cubierto con un baño de ternura. Y logrè un entierro de dolores maravillosos.
De todas formas, me dijiste sòlo estupideces que tanto me gustan oírte pronunciar. El perdòn jamàs llegò. Se manejan dos hipòtesis, tres, cuatro, una, cero. La variable es: si sos estùpido orgulloso, si sos sòlo orgulloso o si sos egocèntrico. La del machito patriarcal todavìa no la descarto. Compite cabeza a cabeza con la de la manipulaciòn de tu discurso. A veces, sòlo quiero imaginar que estabas borracho y no te acordàs de nada.De ningùn diàlogo. De ningùn maltrato. Y menos de mi llanto.
Ya està.
La capacidad que tuviste para hablarme superò ninguna expectativa. No tenìa ninguna. El psicòlogo me dice que estoy equivocada. Ahora necesitarìa saber si tambièn notaste el cambio en el cartel. O si jamàs le diste significancia.
Hubiese querido contestarte nada. O contestarte cualquier cosa. No estaba preparada para hablarte. Creo que mis palabras salieron con gusto a funeral. Al final te escribì otra carta, el mensaje era conciso, y cuando avanzaba veloz sentìa que era algo trabajoso lograr una conexiòn con vos a travès del papel porque jamàs me contestaste. Y la verdad, te escribo con la misma aficciòn que un tallador de epitafios. Despuès, lleguè a pensar, que tus vecinos te sacaban la correspondencia. Estuve haciendo guardias los dìas que el gato no querìa comunicarse.
¿Què necesidad de modificar el cartel? ¿Por què ese color que hace sentir una infinitud de desamparo total?
Hoy estuve ocupada redactando un manifiesto sobre la congoja. Esa que se instala cuando vuelve de repente todas las cosas feas que me dijiste.
Dudè en hacerle caso a estos impulsos que me arrastran a un vacìo de coherencias palabreras pero que no coinciden con los miedos que me dejaste; y sobre cuàl fue la urgencia de contestarte ante tus palabras afirmativas de un suceso que ni siquiera era necesario que lo nombraras porque ya mi acciòn directa habìa sido saboteada y estaba planificando irme ante que vos asì no tenìa que compartir un mismo espacio donde ya no se què carajos hacìa ahì.
Sentì que tu no pregunta era una ola enorme que me tapaba y ahogarìa, pero teniendo una tabla en la mano para barrenarla. El mar, el rìo, las aguas en general, no me gustan. Fue un desafío en un contexto en el que jamàs hubiera participado. Pero por las amistades todo. Hasta lo imposible. Hasta una tragedia programada.
El mirarte fue drama total. Mi atenciòn bàsica llevò a que te dijera nada.
Ahora por la suba de la luz, mi cartel se enciende màs tarde. Siento que de a poco tengo que acostumbrarme a que no hay disposiciones obvias. A que todo pierdo. A que todo me abandona en parte.
Al menos tengo el poder de elegir la fosa.
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