La ventana sin cortinas hace que me distraiga con las formas rectangulares que se proyectan en la habitaciòn, tambièn rectangular. No quiero levantarme. No tengo idea de la hora. Hay sol y hay silencio en la calle. No pasan micros. Tampoco autos ni bicicletas y mucho menos personas.
Tengo la cabeza apoyada en la almohada, lo que significa que dormì mal, porque no uso almohada. Cuento cuántas rayitas se proyectan en el ropero. Me aburro.
Te escucho roncar pero eso no significa que sea temprano. Una de las rayitas me da en la cara y siento un calor constante que molesta. Me pruebo tu ropa y unos zapatos de mujer que encontrè debajo de la cama. Me sentè en el piso, tapada con una frazada finita, y me puse a leer fotocopias de la facultad. Al final me puse una camisa que jamàs te vi puesta pero que es igual a una mìa. Hasta que me digo que claro, si me compro ropa destinada al pùblico masculino.
Toso, carraspeo, pero vos nada. Inerte. Pienso si estàs respirando y a modo de una señal universal, comienzan tus ronquidos. Entro a la habitaciòn, te llamo y contestàs. Hablamos. Y entonces descubro que tenès los ojos cerrados. Te pregunto cosas y contestàs sin tapujos. Casi grito de emociòn. Supe tantas cosas que todavìa las estoy ordenando.
Agarrè unas fibras y lapiceras con brillos y empecè a escribirte la casa. Escondì palabras. Algunas que dijiste vos y otras que decidì apropiarme. Dejè la preferida en el lugar donde el gato indicò con la patita. A cambio de obedecerle le saquè un bigote que me ofreciò con la panza hacia arriba. Fue un pacto. Èl maulló y yo ronronee.
Quizàs tus neuronas quieren imitar a las cèlulas y comenzaron a activar una apoptosis; por eso todas las contradicciones que elevàs en los discursos. Si es que a las palabras que nombràs todo el tiempo en oraciones, pueden ser discursivas. A veces pienso que no, porque no mantenès la coherencia con los actos.
Da igual.
El psicòlogo dijo que se alegraba que por una vez escuchaba hablar de otra prioridad que no sea la palmera que no enciende; que se derritiò, le corrijo. Y casi lloro. Me callo. No digo nada màs. Me pregunta en què pienso. Y le contesto que estaba pensando en entrar a tu casa para hurtar el libro que no pude terminar de leer y que ademàs lo habìa escrito. Y que ademàs lo escondì para que ninguna otra pueda leerlo. Y le aclarè que no creìa en las prioridades.
Le leì los apuntes del diciembre pasado. El cuadernito rojo y la libreta de Aquaman. Tomè siete litros de cerveza en una tarde, habìa escrito. Necesita valor para hablarte, supuse. Pero las fechas no coincidìan. Ese dìa, supe que otro de mis libreros favoritos tenìa una banda. Por eso a veces habrìa tarde. Ahora, me arrepiento de no haberme ofrecido para atender.
Hay un ruido constante a cortocircuito.Huelo chispas. Te veo venir, caminando. Te distingo el tranco y la campera; una mezcla de los noventa con algo de los setenta y ese toque de inseguridad. No quiero saludarte. Vos tampoco. Lo presiento u intuyo. O todo junto. Me escondì en la cochera. Toquè un auto y empezò a sonar la alarma. Sudè.
Por las dudas voy a mandarle mensajes telepàticos al gato, asì me ayuda en esta nueva misòn. Serìa la segunda vez. Y los nùmeros pares son de suerte.
Te escribo otra carta. A lo mejor respondès.
Me siento frente al calor de un fuego pequeñito que comenzò el linyera que duerme en la escuela. Charlamos de la crisis. De las nuestras. Le recito de memoria a David Thoreau, Walden, por supuesto.
Muy obvia la referencia.
chau-
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