esperaba el refusilo. quería sentir el estímulo en el deleitar de los nervios òpticos. esos que calcaba con esmero en toda la primaria y en todos los años de la secundaria, incluso insertado a modo de detalles en algunas crónicas universitaria. también el refractar. lo refractario en la oscuridad contra la cortina a modo de filtro nocturno. los ojos dilatando las formas y el refusilo iluminando la noche de edificios vacíos y persianas bajas. qué oscura la metrópoli, parece una noche cualquiera de enero. esas en que se camina casi toda la ciudad para saborear la pizza más esponjosa. el refusilo y su contraste noctámbulo. un refusilo lejano, y la tormenta que debe andar sobre el río. esperaba en eterna mansedumbre el relampagueo hielo. fresco en su impertinencia. lo esperaba y al manifestarse empezaba a contar. contaba pausada. con una lentitud sosegada. igual que en la infancia: en la cama, enfrentada a la ventana, acostada boca arriba con la sábana estirada sobre el acolchado y los codos sobre el esternón. apenas los dedos asomados apretando la cobija ante la iluminación centelleante. una memoria donde estás refulgente y los recuerdos que encastran. la infancia acá, con las expectativas acumuladas igual al agua de las nubes que ya no es agua sino todo un cielo gris. alquimia cíclica. una secuencia de flashback en cada iluminación y de nuevo el contar pausado. llegaba a los quince segundos y de repente fueron tres segundos. sonrisa de niñez, porque la lluvia ya llegaría. ruido de trueno. sonido quebrado.
y el chubasco feroz.
mi siempre y efectivo arroró.
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