Por más que el cielo
se desplome, las flores
seguirán hablándome de
los vientos programados
que barren las calles
para ceder el paso a
las orugas contorsionistas.
Así sabré cuando ir a visitarte.
Permanece polémica
la tristeza andariega;
intensa de pensar
exhala los ladridos
astillados. Su actitud
soberbia guarda recopilaciones
de oraciones que sangran,
indispuestas, rumbos frente
a las aguas del lago artificial.
Silba dulce la angustia acompañando
a los tambores brillantes. Lindos
cuerpos sudan estrellas. Se
esfuman en escalas cromáticas,
enérgicas, transparentes de rabia.
Y no sé por qué.
Círculos de escala musical,
sujetas a reprogramaciones
de las jirafas que pastan tranquilas
y que de vez en cuando mirando
al suelo, escupen conciencias
marchitas y teorías pragmáticas.
Me bañaron de demonios, y aunque
ellas me atraigan, le disparo contradicciones
y utopías. Las confundo, pienso. Pero
ellas se obsesionan. Y de mis manos cuelgan
enredaderas espinosas que bailan con
los planetas.
La ventanilla del tren es mágica.
El asfalto se transforma en agua,
en el cielo nadan pochoclos salados,
los cuerpos son de gelatina y se zamarrean.
Saludan agitando altares de procesión. Miro
atontada. Voy vestida de lejanía adentro de
unas líneas que levantan polvareda. Fue un
momento en que el instante tuvo alas y remontó
sabroso.
Almuerzo en el ropero
esperando que la sequía pase
trotando, haciendo ejercicios, o
crucigramas. La primera lluvia ya pasó
y no regresará. Se abre el mambo lunar
del cerebro, en donde desembarcan
agujas de reloj torcidas. El aire huele
a letra de canción. A garrapiñada tierna.
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