Triturada la última palabra nada queda salvo aguas estancadas
reproduciendo bichos considerados indeseables. Las soluciones no
aparecen, sólo el olor rancio del espejo traidor. Los otros, los
demás, los nosotros extendidos, lucran con la tartamudez de nuestros
gestos. Vamos hacia el paredón, la distancia nos apunta y nosotros
gritamos ¡fuego! Somos unos tarados. Unos reverendos estúpidos.
Envueltos en incertidumbres.
Llenos de perfumes asquerosos nos
buscamos a tientas, viéndonos con los ojos del viento que nos mece.
Aterra el vaivén desenfrenado. Pero olemos como nunca, afinamos nuestro
olfato y detectamos hipocresía. Personas necias que nos abrazan, nos
aconsejan, nos inyectan de dudas; nos clavan sus dientes de cartulina,
sonreímos pero fingimos respeto. Sabemos que nuestros dientes careados
ganarán una futura batalla.
Ellos se creen mejores, pero
nosotros mordemos la manzana y nos volvemos cómplices de una nada que
se erige en cimientos musicales. Apenas nos movemos, reos de respuestas
inesperadas. Empeñados seguimos bostezando. Sin dormirnos del todo. Sin
abandonarnos.
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