que la cítara le muestra en su rugido máximo de
redención a sus dedos torpes y eléctricos.
Y pausa el sonido en cada pestañeo automático
corroído ante la presencia de tu cuerpo que juzga
el andar de las sonrisas que se pierden en la luz
volcada desde el techo artificial.
Se rompió la cuerda melódica, se escondió la rutina
y se acabó la espera que se evaporó ante la
desilusión de tu pelo revuelto.
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