Con
un poco de indecisión estrujaba los dedos de los pies esperando una
sensación similar a la que había leído en un libro; estaba decida
a permanecer con los ojos cerrados para percibir el tacto de lo que,
en otro momento, no le habría dado importancia.
La
posición cuclillas la estaba agotando.
Las
manos sobre las rodillas, inmóviles, le temblaban de ansiedad.
Los
pies le cosquilleaban.
El
cuerpo le dolía, y cada vez se inclinaba más hacia el suelo.
Pero
no. Aguantaba. Con los cachetes colorados y con unas gotitas de
transpiración que caían desde la cabeza. No había Sol, pero la
resolana era mucho peor. La sentía desafiante.
No
le gustaba el Sol porque la quemaba. Le gustaba el gua y el ruido que
hacía al pasar entre piedras de varios tamaños y colores
infinitos.
Así,
con el ruido de las chicharras desde lejos y con la testarudez de
lograrlo, siguió inmóvil, en cuclillas, esperando su objetivo.
Empezó
a calcular para no pensar en las ganas que tenía en ponerse de pie y
nadar en el arroyo, lago o laguna (todavía no sabía la diferencia).
Y
comenzó a balbucear de manera mental que: si había salido desde la
casa a las nueve de la mañana, en ese momento serían casi las diez,
o menos veinte, o quizás cerca de y media.
Repasó:
por el camino, esas tres cuadras alambradas sin animales ni
sembradíos, habría tardado unos cinco minutos, mirar las montañas
y lomadas otros cinco minutos y después el resto o lo que
quedaba-venìa hasta la cascada y acomodarse, otros cinco.....¡tan
poco tiempo!
No podía ser.
Quería
dejar su misión. Pero no. Alguna vez tenía que lograrlo.
Entreabrió
los ojos convencida que estaba bien, al fin y al cabo era una especie
de 'pido' como en cualquier otro juego.
Pero
esto no era un juego....bueno, un poquito sì.
Entre
esas reflexiones de perdones propios, las pestañas dejaron pasar
colores ¡nuevos colores!
Y
se tentaba cada vez más a abrirlos del todo con la excusa de poder
describir al nuevo color y además.... ¿cómo lo nombraría? ¿cómo
haría para reproducirlo en un papel?
Y
justo ahí, en esos palabreríos, sintió un dolor en el dedo gordo
del pie; abruptas las manos tocaron tierra, se pincharon con las
piedritas y todo el cuerpo se balanceó y se rindió, dando una media
vuelta o giro raro, quedando de espaldas e imposibilitada de volver a
abrir los ojos por la resolana que ya picaba hasta en los hombros. Y
ahí, casi llorando por no poder cumplir lo que se había prometido;
ahí justo cuando iba a llorar; ahí justito cuando estaba preparando las ganas de levantarse y rendirse, ahí, en ese momentito efímero,
sintió que lo había logrado.
El
arbolito que había cuidado desde siempre: podándolo, hablándole,
limpiando sus hojitas, ahuyentando a las hormigas e insectos,
cubriéndolo de las heladas, regándolo....Ese arbolito, ahí, en ese
justo momento le pasaba desde la oreja hasta la nariz la caricia que
desde hacía tantos veranos había ido a buscar.
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