Necesito de nuevo la guitarra para gritar que quiero ser Carlos Monzòn, el asesino popular y que cantemos juntos, golpeando cualquier objeto que ayude a simular un compàs:
"suben bajan, chocan palabras, se desarman (desangran) en fragmentos sin poesìa, mi cabeza nunca fìa".
Despuès un poco de Sonajeros y de los abrazos impactos. Pero recitados. Sin mùsica. Tratè de reencontrarme con pedazos de mi cuerpo en los lugares por donde anduve divagando años atràs entre libros, cervezas, caìdas y trenes sin pagar.
Pero todavìa, prefiero la poesìa.
Sobre terrenos de asfalto los semáforos mandan y deciden cuàndo podemos y debemos cruzar. Los diálogos son insostenibles. Los nuestros no sirven màs. Ya no estàn. La melodìa, admito, un poco molesta. Pero ahora que volvì a probar ese elixir maravilloso, (y como todo pero que antecede a una excusa) voy a admitir, que la necesito.
Ahora, casi estoy empalagada de esa musiquita con todas las minas huesudas y las distintas visiones: la del hombre y la del perro. Como si fueran dos cosas diferentes. Como sino supieran que ante ellos està la muerte misma ofreciéndose. Y la gente baila, canta, palmea, comentan, corean sonriendo en complicidad con sus pensamientos que vuelan. Y se los leo. Pero vomito en impases y abro el alma fracturada que de a momentos vuelve a dormirse.Se olvidò de vos y de toda tu maldad discursiva patriarcal. Decidiò dedicarse a nadar sòlo en verdades; y en algunos sueños, a guardar papeles de colores en frasquitos transparentes. Donde anotò ideas pasajeras y besos que estaban sueltos, perdidos y atorados, en el humo del lugar.
Todo vuelve a ser especial. Te veo de lejos. Vas al pogo. Soy invisible para tu esencia. Como antes.
Un logro de la poesìa.
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